La Bicigrieta

La polarización es un vicio incontrolable: encontramos los opuestos en cada rincón y nos mantienen vivos a niveles impensados.

De alguna manera u otra, estamos de un lado u otro. Es una especie de posicionamiento que no es tanto una posición. Es más bien un espacio momentáneo en el cual las personas nos sentimos cómodas en relación a nuestras preferencias y a la lúdica sensación de tener que elegir siempre una opción, aún cuando ya casi no se usa inclinarse por deber.

Los lados más clásicos que vienen del fútbol, la religión o la política los conocemos de memoria; en ellos simulamos que el culpable del abismo es otro. Los polos éticos responden al esquema de códigos de cada quien; construidos con el esquema de códigos de sus familias y del endógeno entorno adquirido en el tiempo. Los lados más conversables son los que tienen que ver con los gustos personales, el estilo de relacionamiento, el signo zodiacal, el clima o el estado de ánimo. En el amor es relativo, pero tampoco soportamos demasiados grises: o juntos o separados.

Hay otros lugares menos comunes a los que a menudo nos gusta asistir y elegir bien dónde pararnos. Me puse a pensar en esto, justamente parada en un vagón de tren de la línea Mitre — Retiro-Tigre.

Ya me venía pasando muchas veces lo mismo, y aunque el sentimiento de pertenencia era intenso y fuerte en el pecho, no alteraba demasiado mi conducta ni entraba en riñas tempraneras. No lo hacía por el simple hecho de que, según dicen, un conflicto por la mañana, puede influenciar alguna que otra decisión laboral por basarla en el temperamento y no en la racionalización. Pero ayer, luego de que literalmente me “bicicletearan el lomo”, decidí imponer respeto y plantarme sobre uno de los dos bandos: los que tienen, y los que no tienen bici dentro del furgón.

Para ser más específica, el cartel reza “área exclusiva para bicicletas”. La cosa es así: si tenés bicicleta, o cualquier animal que se le parezca y alcance el rodado 10 (monopatín, carro de venta de flores, silla de ruedas, etc.) éste es tu lugar. Es tu lugar y el de tus hermanos empoderarados por el beneficio de andar rodando.

Ayer por la mañana subí al tren en la estación Núñez, de camino a mi trabajo. Con la ayuda de otros bicicletantes, subí medio a presión porque el vagón estaba muy lleno y ya no cabía un alma más. Atrás mío, entró un chico con una bici parada sobre la rueda trasera. La de adelante la apoyó en mi espalda porque no le quedó opción y no le dije nada porque entre nosotros nos bancamos. Me corrí un poco de lado girando sobre mis talones, agarré la rueda delantera de su bicicleta con la mano, y la posé sobre el manubrio de la mía haciendo un poquito de lugar para adelante. Cuando entonces él logró maniobrarla de otra manera y establecimos cierto equilibrio, otro chico me limpió un poco la camisa con unas palmadas de arriba a abajo en el omóplato y me miró con cara de pena mientras decía “¡Uy! te ensuciaron toda la ropa”. Me moví incómoda y sutil para no ofenderlo en su afán de ayudar, pero lo cierto es que en estos ámbitos, no me gusta mucho el contacto físico extra.

Como siempre, una vez que arranca el tren y con los primeros dos o tres sacudones, todas las fichas terminamos de encastrarnos entre golpecitos y traspiés y nos escaneamos de arriba a abajo a ver como es el grupo del día, cuántos hay de los nuestros y cuántos de los otros.

Al frente a mi derecha, 5 personas con pechera del Polo Obrero, 2 chicas y 3 hombres, sin bici. A mi izquierda el bicicletero todo cubierto, y los dueños de las colgadas acomodados como pueden entre los huecos; adelante una mujer con una estilo inglesa enorme color marrón claro, un chico todo transpirado con una Mountain Bike, y otro con un monopatín negro que tiene la mochila en el piso pero la vigila de a ratitos. Atrás mío hacia la cabina: el pibe con el que hicimos malabares es altísimo y lleva el casco en la mano; el “sacude-camisas” que no llego a ver si porta móvil con ruedas o nada; un grupo mezcla de bicis-no bicis, y la señora del carro con lona azul, que viene siempre pero no sé que lleva.

En menos de 5 minutos llegamos a la Estación Belgrano C. Ahí se bajó la mujer de la inglesa y subieron dos personas nuevas. Este intercambio sucedió gracias a movimientos problemáticos e infelices: bajar y volver a subir en tiempo récord, no perder nada en el intento, golpearse la canilla derecha con el pedal izquierdo, maldecir, volver a ensamblar chasis con personas, evitar enganchar rayos, conservar la temperatura corporal lo más equilibrada posible para no perder ni un milímetro de cubre-ojeras, pues el fin de año nos alcanza cansados pero no por eso impresentables. 5 minutos más y dejamos Lisandro de la Torre con sucesos parecidos. Ahora sí, por suerte no más paradas hasta Retiro. No bien en marcha, una chica del grupo de Polo Obrero me dice que no tiene donde poner el pié y que mi rueda delantera la está pisando. Antes que yo pueda responder nada, Mountain Bike le dice que no tiene espacio para su pie porque en realidad no tiene lugar en este vagón. Ella le responde que el tren es de todos y otra persona, que no puedo ver bien donde está, grita algo así como “¡siempre la misma historia los de las bicicletas! Arreglensé entre ustedes y no nos molesten a nosotros”.

Sacude-camisas toma la palabra y pide que “Ché, respeten un poco”“Arréglensé entre ustedes” repite la chica Polo Obrero, “y que esta pendeja corra la rueda, que no está escrito el nombre de ella en ningún lado”. Entonces me animo y para no traicionar a mi obsesión favorita, me armo de argumentos criteriosos : “Mirá, el tren es de todos. Pero este vagón es exclusivo para bicicletas. La próxima vez que viajes, te podés subir a otro, y si no te importa mucho y preferís volver a viajar en éste, igual te tenés que bajar en cada estación, ceder el paso a las bicis, y recién ahí volver a subir si aún queda espacio para vos y tu pié. Mi nombre no está escrito en ningún lado, pero podés leer el cartel. Si no sabés lo que significa “exclusivo” y “prioridad”, no tengo ningún problema en explicártelo, pero ahora que ya estamos viajando mal, mejor que sea en calma y sin molestarnos. Si corres apenas el pie y me dejas mover un poquito el manubrio entramos las dos perfecto”. Silencio absoluto por 5 segundos. Mountain Bike suspira entre suspiros, y el bicicleteador de lomos agrega para darme apoyo: “Todos los días lo mismo, dejala tranquila que acá la que está fuera de lugar sos vos”. Polo Obrero cierra la boca y da vuelta la cara mirando para afuera mientras dejamos atrás las canchas del Lawn Tenis.

Llegamos a Retiro y cuando salimos del silencio del compartimento al ruido de la estación, antes de pasar los molinetes visualicé un mar de personas acampando. Todos tenían pecheras del Polo Obrero. Mountain Bike me pasó por al lado y con una sonrisita insulsa me dijo: “menos mal que de acá salimos andando, porque ahora ellos son mayoría”.

No le contesté. Sentí un minuto de amargura por el comentario pero a la vez orgullo por el equipo que somos quienes vamos sobre ruedas. Aún sin conocernos, a los bicicletantes no nos importa quiénes somos, de qué lado estamos en la vida, ni qué nos gusta consumir. Tampoco importa que cuando bajamos cada uno sale andando y ni chau nos decimos. A veces nos encontramos de nuevo en el semáforo del cruce antes de agarrar para Madero, pero casi no nos miramos. Es un tema de espacio y tiempo, todos los días a la misma hora en el mismo vagón. Es un tema de identidad según lo que elegimos como modo para movernos por la ciudad.

Paradójicamente, hoy me robaron la bici y antes de que la angustia me caiga encima, el pensamiento se ubicó muy rápido en el furgón de ayer. De forma inmediata me puso en la cara que todo puede perderse de un momento a otro, incluso eso que uno es, por aquellos con quienes elige estar; me puso en la cara un cartel que dice que ya no soy uno de ellos. Ahora soy uno de los otros.

Pau Benardoni
https://pau-benardoni.medium.com/la-bicigrieta-624efe0c08c9